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Esta plataforma, dirigida a niños y niñas, busca convertirse en un referente educativo, combinando contenidos digitales, materiales para descargar, interactividad y entretención.

EL SOL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS

El Sol tiene un lugar muy especial en la cosmovisión y en las tradiciones de las culturas indígenas de Chile. Mapuche, diaguita, aymara, atacameño y otros pueblos que descienden de los primeros habitantes de América fueron capaces de comprender que el Sol era esencial para la vida en el planeta, mucho antes de que la ciencia existiera. Por eso, lo consideraron un dios protector y le otorgaron un profundo significado espiritual, que los conectaba con la naturaleza y con sus ancestros.

PARA SABER MÁS  

Estos pueblos buscaron en la naturaleza que les rodeaba, los conocimientos que necesitaban para sobrevivir. Ocurrió hace, por lo menos, 10 mil años. Pero, al igual a como investigan hoy los científicos, esta culturas observaron y analizaron.

Lo primero que notaron fue que el Sol aparecía y desaparecía, marcando el día y la noche. Pero también, que cambiaba de posición durante el día, desde que aparecía detrás de las cordillera de los Andes hasta que se escondía en el mar o detrás de alguna montaña de la cordillera de la Costa. Eso les permitió calcular cuánto quedaba de día con sólo mirar la posición del Sol y planificar sus actividades.

También se dieron cuenta de que la hora en que el Sol aparecía y se escondía cambiaba cada ciertos períodos: los arbustos se veían de otro color, los días duraban menos y las noches se hacían más largas y frías. Era como si el Sol se estuviera alejando de a poco de la Tierra. Pero, después de un tiempo, el Sol retornaba: los días se volvían más largos, comenzaba a hacer más calor, los arbustos se hacían más verdes y corría más agua por los arroyos.

Una y otra vez, los ciclos se repetían, siempre en el mismo orden. Eso les permitió identificar los mejores sitios para levantar sus refugios, la mejor época para criar animales, saber cuándo y qué sembrar para cosechar su alimento. En otras palabras, los pueblos originarios reconocieron las estaciones del año y descubrieron que cada período estaba directamente relacionado con los movimientos del Sol.
No es todo. También encontraron respuestas en el cielo nocturno. Para varios pueblos, como los aymara o los atacameños, los cielos limpios del norte chileno eran como una ventana al universo.

Estos “primeros astrónomos” identificaron constelaciones y estrellas luminosas, las que nombraron y les entregaron distintos significado dentro de su cosmovisión. Este significado representaba lo que sucedía en la naturaleza a medida que la estrella o constelación cambiaba de posición en el cielo nocturno. 

La Cruz del Sur, por ejemplo, era la principal constelación luminosa de los pueblos del altiplano. La podían observar claramente más de nueve meses al año y su posición en el cielo les confirmaba que había llegado la época de cosechar los alimentos, cuando a medianoche del 3 de mayo se ubicaba perpendicular al suelo. Las culturas altiplánica continúan realizando importante ceremonias en este día y sus fechas cercanas.

Representación de las cultura altiplánicas de la Cruz del Sur: Ckrushpa para los atacameños lickanantay, Chakana (“escalera o puente”) para los quechuas y Pusi chakani (“la de los cuatro puentes”) para la cultura aymara.

Pero la Cruz del Sur también cumplía un función vital para los habitantes del norte: al marcar el sur, fue una guía permanente para que caminantes y navegantes pudieran orientarse geográficamente. Los licanantay reconocían claramente los puntos cardinales en las cuatro estrellas que componen la Cruz del Sur: Caburladia indica el Este, donde nace el Sol; Capilandia marca el Oeste, donde se oculta el Sol; Bacapsladis indica el Sur y Mutups, el Norte.


Esta constelación ha sido utilizada como instrumento de orientación de los ejes celeste y terrestre, además de servir como modelo en el diseño de los espacios arquitectónicos o territoriales.

Ejemplos como estos hay muchos y variados, dependiendo del pueblo y del lugar donde se instalaron y desarrollaron. Pero todas las culturas originarias tienen algo en común: el convencimiento de que la tierra, las montañas y volcanes, el agua de los ríos, lagunas y mares, los astros, las plantas y bosques, los insectos y animales (incluyendo al ser humano), forman parte de un TODO y deben convivir en armonía y respeto. 

Pero como no existían ni la ciencia, ni los libros, ni la tecnología, estas culturas traspasaron los conocimientos que aprendieron a través de hermosos relatos místicos, donde cada elemento (tierra, agua, cielo y seres vivos) cumplía una función en el ciclo de la vida y tenía un lugar en el orden divino. 

Miles de años después, la ciencia comprobó lo que nuestros pueblos originarios. ¿Quieres saber más sobre esto? Sigue leyendo en LA CIENCIA TRAS LAS CREENCIAS.